No puedes ser real. No eres real. Y, sin embargo, te siento con tanta fuerza que cada poro de mi piel anhela tu contacto. Cada vez que mis ojos se clavan en otros busco tu mirada. Cada vez que mis labios se mueven susurran tu nombre, ese nombre que nadie tiene, en silencio. Sabiendo que no existes. Sabiendo que no estás.
Eres un sueño. Eres un deseo, una ilusión. Eres irreal. Pero aún así soy capaz de verte abrazado a mí. De oler tu aroma a aire. De saborear esos labios que nunca supieron a nada. De sentir ese corazón inexistente latiendo junto al mío.
Supongo que debería dejar de soñar contigo. No existes. No puedes existir. Y, sin embargo, siempre te encuentro; en mis pensamientos, en mis deseos, en mis sueños. Siempre tú.

No hay nada que nos pueda separar. Pero, curiosamente, no hemos llegado a unirnos.
Porque aún no te he encontrado. Pero sé que estás ahí fuera, en alguna parte. Sé que, por muy efímero e incorpóreo que parezcas, lograré dar contigo, y cuando lo haga, tus caricias hasta ahora etéreas se convertirán en algo solido; tus labios dejarán de ser suaves corrientes de aire para convertirse en plumas que acariciarán los míos. Y tu corazón. Oh, tu corazón. Tu corazón latirá junto al mío, bombeando la sangre a través de tus venas. De una forma real.
Porque eres real. Lo eres. Tienes que serlo.